Pocas figuras logran unir a las personas, lejos de los conceptos políticos y las creencias basadas en la fe. Los mensajes de esperanza y paz, se convierten en una necesidad entendida por pocos, pero que se hace vital para millones en el planeta.
Una de estas voces se dio a conocer el 13 de marzo de 2013, cuando desde la sede del Vaticano, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, se mostraba ante el mundo como el papa Francisco.
Cuando se oficializó la sede vacante, el arzobispo era miembro de las Congregaciones para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, para el clero, para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica; del Consejo pontificio para la familia y de la Comisión pontificia para América Latina.
Así pues, al terminar el segundo día del cónclave, la fumarola blanca no solo era señal de Habemus Papam, sino que además le entregaba a Latinoamérica su primer pontificado, que estaría marcado por una estrecha cercanía con los más necesitados, recordando lo que el hasta entonces arzobispo Bergoglio había trabajado a lo largo de su pastoral: «Mi gente es pobre y yo soy uno de ellos».
Esta vocación de servicio también marcó el que sería su nombre ante el mundo. En una audiencia, días después de su elección, el Papa Francisco explicó que, mientras finalizaba el escrutinio, el cardenal Claudio Hummes, uno de sus grandes amigos, se acercó y le pidió no olvidarse de los pobres. En ese momento, aquellas palabras entraron en su corazón y pensó en Francisco de Asís:
“Después he pensado en las guerras, mientras proseguía el escrutinio hasta terminar todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así, el nombre ha entrado en mi corazón: Francisco de Asís. Para mí es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación”.
Así comenzó el pontificado de este hombre que nació en Buenos Aires (Argentina) el 17 de diciembre de 1936, de un matrimonio de emigrantes piamonteses. Su padre, Mario, era contador, empleado en ferrocarril, mientras que su madre, Regina Sivori, se ocupaba de la casa y de la educación de los cinco hijos.
El llamado a servir llegó a Jorge Mario Bergoglio, después de recibirse como técnico químico. Su primer paso lo dio al ingresar al sacerdocio en el seminario diocesano de Villa Devoto. Más adelante, en 1958, pasó al noviciado de la Compañía de Jesús. Luego recibió la ordenación sacerdotal de las manos del arzobispo Ramón José Castellano, el 13 de diciembre de 1969.
Su preparación misional se alimentó con cada etapa que vivió, desde que emitió su profesión perpetua en 1973, pasando por su faceta de maestro de novicios en Villa Barilari en San Miguel (Argentina), profesor en la Facultad de Teología, consultor de la provincia de la Compañía de Jesús y rector del Colegio, hasta ser nombrado obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires por el papa Juan Pablo II el 20 de mayo de 1992.
Su ordenación episcopal tuvo lugar el 27 de junio de ese mismo año, bajo el lema Miserando atque eligendo, que significa “Lo miró con misericordia y lo eligió”, frase que grabó en su escudo, el mismo que consagró para su papado.
Estas palabras resumen la sencillez de su legado, la firmeza de sus acciones en favor de quienes más lo necesitan y la fuerza de la presencia amorosa de Dios en su vida, tal como lo experimentó en 1953 cuando, tras una confesión, en la fiesta de San Mateo, sintió el llamado a la vida religiosa.
El 28 de febrero de 1998, sucedió al cardenal Antonio Quarracino, como arzobispo, primado de su país. Tres años después cuando el Papa Juan Pablo II le creó como cardenal, Bergoglio pidió a los fieles no viajar a Roma y destinar estos recursos para ayudar a los más necesitados.Esta vocación hacia los pobres, estuvo en cada una de las obras que hizo hasta llegar a la Basílica de San Pedro, incluso, desde allí, ha sido ejemplo constante de amor y misericordia.
Sin perder la sobriedad en el trato y el estilo de vida riguroso, ha logrado replicar a los miembros de la Iglesia Católica y los feligreses del mundo entero, la misión profética del obispo, el ser profeta de justicia y el predicar incesantemente la doctrina social de la Iglesia, tal como en 2001 durante la décima asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, para la que se le encargó como relator general adjunto.
Durante su crecimiento espiritual y sacerdotal, fue autor de los libros Meditaciones para religiosos (1982), Reflexiones sobre la vida apostólica (1986) y Reflexiones de esperanza (1992), en los cuales esbozó lo que sería su proyecto misionero centrado en la comunión y en la evangelización, el cual formuló como arzobispo de Buenos Aires.
Aunque en 2002, declinó el nombramiento como presidente de la Conferencia episcopal argentina, tres años más tarde fue elegido y reconfirmado años después hasta 2008, durante este período hizo parte del cónclave en el que fue elegido Benedicto VXI, en abril de 2005.
La imagen de hombre de paz ha llevado al Santo Padre a muchos rincones del planeta, tendiendo puentes entre las diferentes confesiones, promoviendo el espíritu de reconciliación, misericordia, fe y amor incondicional al prójimo, bases que comparten pentecostales, evangélicos, judíos, cristianos, musulmanes, ortodoxos, luteranos, carismáticos católicos y demás religiones en el mundo.
Para quienes lo conocen y han seguido sus pasos, su propuesta no es cambiar la doctrina católica, sino la cultura de la Iglesia, llegar a quienes están fuera de ella, acercarla a los más necesitados, buscar la mejor forma de compartir este planeta juntos.